OMG, digo OMP

OMG, digo OMP

  • On 25 de octubre de 2022

Son las seis y cuarto de la mañana, la alarma acaba de despertarme. Apenas hay luz. Esta noche he pasado frío. Me levanto, corro la cortina y veo las calles aún sin vida. Algún perro se pasea en busca de algún hueso o restos de comida. Por la montaña, a la izquierda, empieza a asomarse el sol tímidamente. Me quedo un rato pensado en lo que sería estar en Madrid a las seis de la mañana un día cualquiera; gente volviendo de fiesta, otros yendo a trabajar, el ruido de la ambulancia de fondo, el camión de la basura, el señor que sale a correr, la madre que no llega a trabajar, ni a dejar a los niños al colegio, ni a hacer la compra, “es que no doy abasto” se repite mientras espera ansiosa a que el semáforo se ponga en verde.

“¡Tamales! ¡Hay tamales! ¡De chancho, de pollo!”, es lo máximo que se escucha en San Ramón, Perú.

Me levanto, bajo las escaleras, paso por el jardín; el árbol de la palta está húmedo, ha debido caer el rocío. Paso por la cocina y me encuentro a Sofía, hija de una de las cocineras. Viene corriendo a mí, me coge de la mano y me enseña el dibujo que acaba de hacer. Una niña de no más de cinco años me recuerda qué es la inocencia. ¿Cómo se me ha podido olvidar qué es ser niño? Quiero vivir con esa sencillez. “Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como estos es el Reino de Dios”. Paso por la capilla, le doy los buenos días a Papá y rápido cojo mi macuto y me subo al coche junto con Moni y el Padre Alfonso. Oventeni nos espera. En Madrid me habría esperado el sofá o intentar sobrevivir a algún plan familiar poco apetecible. Es grande la dualidad.

Yo me subo al coche sin saber a dónde vamos, sin saber por qué ni para qué. Esto se repite frecuentemente en mi cabeza. Que hago yo, una chica de veinte años, en pleno verano, en medio de la selva a miles de kilómetros de mi familia y amigos. Días después en una confesión con el padre Alfonso por medio de Dios me contestará: “Porque el Señor te quiere”. Era mucho más simple, más sencillo. Qué complicado lo hacemos a veces.

“Ven y verás”

He visto otra realidad completamente diferente a la que estábamos viviendo. He visto un pueblo humilde, pero rico en cariño y amabilidad. He disfrutado de la autenticidad de su gente y de cómo su curiosidad hace que el miedo se quede en un segundo plano. He podido experimentar qué es ser familia y sentirme parte de ella aún sin hablar el mismo idioma. Cómo la felicidad compartida es mayor. He entendido el dar sin recibir nada a cambio, cómo llena la entrega y el servicio. Es que le da sentido a todo.

Poner en el centro a Papá y que todos los días fueran alabanza constante a Él ha sido revelador. Unirnos en oración y también saber que Dios nos quiere niños. Y es que lo hemos superado con éxito.

Qué ganas tenía de experimentar qué era ser misionero, pero de verdad. Hacerme pequeña. Ser la sombra de Alfonso y de los que estaban allí viviendo, ha sido luz. La sombra es buena si el árbol es grande.

Durante esos días he reventado de amor, de gozo, de felicidad y paz. No podía dejar de mirar, de observar, sin una sonrisa. Mi corazón ha encontrado un sentido, EL SENTIDO.

Dios me ha hablado fuerte, me ha denunciado mil cosas pero me ha anunciado otras más. Las piezas del puzzle empiezan a encajar.

Ha sido todo tan fácil y siempre en Verdad que ahora estoy un poco asimilando todo. Estamos tan faltos de esto, que a veces me enfado. ¿Cómo llevarlo a los demás? ¿Por qué no lo entienden?

Y no es que lo esté idealizando, es que así ha sido. Que nunca olvide que esto ha sido real, nada invención mía. Ha sido real, de Dios.

Recuerdo aquella noche mirando a las estrellas y cómo, de lo increíble que estaba siendo ver la grandeza de la inmensidad, me hizo aterrizar en el barro de la emoción. O cuando era el día de tirar la basura, todo un acontecimiento, algo de lo que hablar durante las próximas horas. Sacar la pick up, coger un par de naranjas para merendar de camino, subirnos con las niñas ashéninkas en la parte de atrás y disfrutar del paisaje. Nada más que la felicidad en su máximo esplendor.

Recuerdo cómo Alfonso mira a sus niños, cómo nos cuida, cómo es su mirada, hasta sus paradas en medio de la selva para coger cualquier tipo de planta y darnos una pequeña clase de flora.

No quiero olvidar nada de esto. Por si alguna vez tengo dudas, me tambaleo y no sé ni lo que siento, quiero volver al viaje de San Ramón a Oventeni sacando la cabeza por la ventana dando gracias y alucinando con cada árbol, río y pueblecito por el que pasábamos. Es que ahí está la esencia.

Si alguien me pregunta qué es Jatari, es todo lo que acabo de escribir, lo tengo tan claro que tengo la necesidad de regalárselo al mundo, darlo, gritarlo como dice Moni, invitar a todos a ver la mejor película del mundo, entender qué es la Iglesia. No me puede llenar más. Qué orgullo ser parte de esto.

Si me preguntan qué es Jatari les contaré cómo un psicólogo entró a una iglesia después de años sin acordarse de quién era Dios y cómo por medio de un par de canciones cantadas recordó que ahí, en frente de él, en el sagrario había algo que le daba paz.

Si me preguntan qué es Jatari les diré cómo una chica de veinte años entendió que en su cruz estaba su vocación, que reconoció su herida y quiso vivir como una resucitada.

Jatari es ese desayuno en Satipo lleno de arroz, huevos, morcilla, pan y un sinfín de cosas más donde, a pesar de no tener hambre y estar un poco malitas (Moni y yo, el padresito es una máquina de comer de todo, tiene el estómago educado hasta para un bombardeo) nos acabamos hasta el último grano de arroz porque oír, ver y callar es parte de nuestro lema. Si lo hace el padresito, yo también, y además adelantarme a él, que descanse.

Si alguien me pregunta de quién es Jatari, solo podré decir rotundamente que DE DIOS y que, si las cosas salen, es porque estamos abiertos a sus planes.

Dejemos la indiferencia, dejemos el conformismo y la pereza.

“Es que había olvidado que eres Maestro en renovar las grietas de la humanidad si dejo que llegues al fondo de mi ser, hasta lo que no quiero ver, soy mendigo a tus pies”.

Por Mati (Jatari)

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