Nos despedimos de nuestro #VeranoMisión con las “maletas” repletas de vida
- On 4 de septiembre de 2018
“En Togo he descubierto el rostro de un Dios sufriente, que no soporta la injusticia, y consuela a los oprimidos. He visto como las misioneras y misioneros salen a las periferias para amar” Fernando, voluntario del grupo de jóvenes de la Delegación de Misiones de Valencia.
Me llamo Fernando, tengo 28 años y quiero compartir con vosotros mi experiencia de #VeranoMisión. Junto a mis compañeros de la Delegación de Misiones de Valencia, he estado en Togo, conviviendo con las Servidoras del Evangelio de la Misericordia de Dios. El grupo de jóvenes voluntarios misioneros, estaba formado por cinco jóvenes educadores del movimiento Juniors M.D. que tras años como monitores en nuestras parroquias sentimos que la misión nos llamaba y comenzamos a formar parte del grupo de jóvenes de la Delegación de Misiones. Fue así como, después de otras experiencias misioneras, llegamos a Togo.
El día de nuestro regreso tras nuestro #VeranoMisión, los kilómetros de tierra roja se consumían a nuestras espaldas desde Dapaong hasta a Lomé. Eran las 5 de la mañana cuando la Hermana Christa cargaba nuestros equipajes en el coche. Mirándome y sonriendo me dijo: “son más ligeros que cuando vinisteis”. Sí, así es querida Christa.
Maletas llenas de vida
Nuestras maletas pesan menos ahora. Traíamos unas pesadas mochilas llenas de “por si acasos”. Por si llueve, por si tenemos dolor de estómago, por si hay que matar hormigas… traíamos maletas llenas de clichés sobre África que nos quieren inducir desde occidente. La pobreza, el hambre, la muerte, la migración ilegal o la precariedad. Todo ello existe, no lo voy a negar. Pero nuestras maletas ahora viajan llenas de experiencias que nos han descubierto estos pueblos. Y es que aquí he visto el rostro de un Dios sencillo que se muestra en los pequeños encuentros del día a día. Ahora nuestras maletas están llenas de experiencias que no pesan, al contrario, hacen que la carga sea más ligera. La alegría de sus habitantes, los paisajes de escándalo, la fraternidad, la fuerza con la que trabajan por progresar juntos.
Pero progresar no es tener un coche con todos los extras, ni unos auriculares sin cables. Progresar es el diálogo interreligioso, es mantener la cultura sin atentar a la dignidad humana, es la hermandad entre tribus ewes, kabyes, mobas… Progresar es levantarse ante los golpes que te propicia la vida constantemente. Es encontrar la auto superación sin necesidad de coaching ni la esclavitud del consumo. Progresar es saber decir basta a un gobierno que se limita a esconderse en otros países cuando la gente sale a la calle, un gobierno que compra los votos y que deja morir a su pueblo de hambre. En el año 2020 Togo celebrará sus elecciones nacionales y aunque es difícil cambiar un sistema corrupto, este pueblo ha despertado. Los mayores saben que es la hora de sus jóvenes; los jóvenes aceptan el reto. Y es que aquí he visto el rostro de un Dios sufriente, que no soporta la injusticia y que consuela a los oprimidos. Un Dios que nos hizo libres para luchar contra quienes nos pretenden quitar esta libertad.
Como leí en una ocasión al consultor Victor Küppers, lo que multiplica nuestro valor es la actitud. El conocimiento y las habilidades suman, pero la actitud multiplica. Y esa actitud me ha golpeado como una bofetada en la cara. Esta gente tiene unas ganas de vivir que ya las quisiera yo cada mañana cuando “me arrastro” por los pasillos del metro.
Aquí he conocido el verdadero significado de la palabra hermano. Al preguntar a unos niños si eran hermanos la respuesta era sí. A veces no sabían ni el nombre del otro, pero sabían que eran hermanos. He visto el rostro de un Dios fraterno, que nos ama como hermanos a todos los que habitamos esta Tierra. Un Dios que no entiende de diferencias, solo entiende el idioma del amor. Es que esta tierra debería llamarse “Fraterniland”.
También aprendí que el valor del tiempo no se mide en minutos. Corría el sexto día cuando decidí quitarme el reloj de la muñeca, pues no servía para nada. Aquí hay luz y hay oscuridad, pero siempre es buen momento para trabajar, para buscarse la vida y sobre todo para bailar. El que escribe, que es un verdadero tronco, ha bailado más en un mes que en el resto de su vida. Siempre es hora para compartir, para charlar y para cantar y bailar juntos. He visto el rostro de un Dios amigo, que está siempre con nosotros celebrando la vida y bendiciendo cada uno de nuestros momentos.
Los misioneros salen a las periferias para amar
Esta experiencia me ha enseñado a soltar amarres, a confiar, a descubrir cuál es mi misión, a aceptar mis retos. Durante un mes he podido convivir con auténticos héroes que cambian el mundo. Las misioneras y misioneros salen a las periferias para amar. Amar a quienes no conocen. Y eso no entiende de conocimiento ni experiencias. Solo de actitud. Y de encontrar esos rostros de Dios en nuestra forma de vivir. Porque podemos vivir la experiencia o dejar que la experiencia cale en nuestro corazón a través del encuentro con Dios.
Ahora el reto es compartir todo lo vivido, mostrar la verdadera imagen de este pedacito de África y de los rostros de Dios y hacer llegar el mensaje de que ese amor que llevan los misioneros es la actitud para cambiar nuestro mundo. Me vuelvo con las maletas repletas de vida y -como dice la canción y mis compañeros- el corazón lleno de nombres.