La firma de Beatriz Galán, misionera en Sri Lanka: Vosotros sois la luz del mundo
- On 6 de marzo de 2023
Hace unos días he terminado de leer por enésima vez uno de mis libros favoritos, La Ciudad de la alegría, de Dominique Lapierre. Si no os suena, os recomiendo buscarlo y leerlo, y si lo conocéis, retomadlo. La historia se ambienta en Calcuta, donde se entrecruzan las vidas de un sacerdote católico francés, un médico judío estadounidense, y muchos vecinos de un slum, todos indios, hindúes, musulmanes y cristianos. El motor de la historia es el amor, que supera las diferencias de raza, condición social o religión. Un amor hecho de signos concretos, unas veces heroicos, otras insignificantes, pero que es siempre luz y bendición.
“Benditos sois, porque vosotros sois la luz del mundo”, repite el sacerdote de la novela cuando le sorprende la grandeza de corazón de algunas personas. Hoy hago mías estas palabras, que son de Cristo antes que de la novela, para presentaros a dos de las luces que he encontrado en Sri Lanka.
Wikranth, el amigo de Dios, es uno de mis chavales. Quince años, hindú. Por fuera, tamaño medio, por dentro, un gigante. Le gusta el cricket, estar con sus amigos y cantar (lleno de pasión y totalmente desafinado). Sonríe siempre y se pone tan nervioso cuando habla, que se acelera, se atasca y termina tartamudeando. Si hay que echar una mano, él se anticipa a la necesidad y está disponible siempre. Wikranth es especial.
En el cole rezamos al iniciar la mañana, después del recreo y antes de irnos a casa. La mayoría se aburre, se distrae y termina charlando. Wikranth no. Con los ojos cerrados y las manos juntas en el pecho, ya sean los mantras hindúes, la oración del Padre Nuestro o la de protección de la Virgen María, no hay nada ni nadie que le distraiga. Impresiona tanto verle, que quienes están a su lado terminan entrando en su profundidad. Alguna vez le he preguntado: – “Wikranth, ¿cómo haces para rezar así?”-. Él, como siempre sonriendo, me dice: – “Sister, yo le hablo a Dios como le hablo a mis amigos”. Bendito seas, Wikranth, amigo de Dios, porque eres luz en este mundo.
Sister Regina, la mujer libre, pasa por poco los cincuenta. Se conserva en plena forma, llena de energía y de luz. En su rostro destacan una cicatriz en la nariz y un mechón de cabello negro azabache que se escapa rebelde de su velo. Con una mirada un poco más profunda, descubres que le falta un dedo en la mano derecha y que tiene otra cicatriz en una pierna.
Viene de una sencilla familia de agricultores del arroz. Entró en su congregación después de prepararse como maestra y de trabajar varios años, algo inusual, porque normalmente las chicas entran nada más terminar el instituto. Era profesora de hinduismo porque, pese a ser cristiana, era la más competente y la única dispuesta a enseñarlo en la escuela donde trabajaba.
Durante el día es difícil encontrarla en casa. Siempre anda entre la guardería que dirige, la catequesis en la parroquia o en las subestaciones y las visitas a los ancianos y a los enfermos. Sorprende verla porque es tan capaz de jugar, cantar y bailar con los niños como de guiar a las jóvenes maestras a su cargo, coordinar a los catequistas o acompañar con ternura y solemnidad a una familia que se despide de su ser querido en un funeral.
Durante la guerra (Sri Lanka vivió una violenta guerra civil entre 1983 y 2009) su hermano pequeño se unió al ejército de los rebeldes y cayó herido. Ella, una mujer, joven y religiosa, pidió permiso a sus superioras y bajo su propia responsabilidad, con la única fuerza del amor y del amparo de Dios, se fue a buscarlo. Lo encontró, lo sacó del hospital militar donde estaba (no sin que antes explotase una bomba con ambos dentro, de ahí sus cicatrices y su dedo amputado) y, milagrosamente, salieron vivos para refugiarse en la otra punta del país.
A Sister Regina le gusta compartir su historia. Dice que le hace bien reconocer cómo Dios la ha llevado siempre de la mano y cómo el amor es más poderoso que la metralla que ha dejado marcado su cuerpo. En un par de meses cambia de misión. Se ha ofrecido voluntaria para vivir en una “comunidad piloto” con hermanas tamiles y singalesas. La guerra terminó hace años, pero muchas heridas continúan abiertas, y no siempre se convive en armonía, ni siquiera en las comunidades religiosas. Bendita seas Regina, mujer libre, porque has elegido ser hermana de todos y luz del mundo.
¿Y tú? ¿Has descubierto tus luces? ¿Has elegido ser luz?