
La firma de Mónica Marín: Amados
- On 24 de marzo de 2025
Puede parecer que voy hacia atrás en el desarrollo de los temas que voy tratando en esta página. Pero creí bueno hacernos primero preguntas básicas sobre “qué es misión” y quién es “enviado”, porque, según el derecho canónico, los misioneros son “aquellos que son enviados por la autoridad eclesiástica competente para realizar la obra misional” (c. 784 CIC).
Pero ¿quién se dejaría enviar a la misión si no es por amor, por reciprocidad, por deseo de ser más amado por Dios cada día y por donación del Don recibido? Ni siquiera por un convencimiento de “hacer las cosas bien”, “la igualdad”, “hacer justicia”, “hacer del mundo un lugar mejor”, etc., todas ellas causas nobles; sino porque sí, por amor inútil y agradecido. Amor que será causa de todas las causas. Enviados a la misión por deseo de ser amados. Somos misioneros porque vivimos “deseantes”, atraídos por el Bien, buscando su gesto en cada momento.
Hablemos de ese deseo. Poniéndome un poco filosófica, diría que el hombre vive “condenado” a una atracción para siempre hacia Dios, hacia el amor. El hombre vive en búsqueda de algo que sacie este deseo. Y, al buscarlo en cosas de la tierra, termina sintiendo un vacío. Solo al experimentar el amor de Dios, halla. Sin embargo, aun habiendo experimentado este amor, el mal se encarga de hacernos olvidar haciéndonos perder las certezas. Pero el mal nunca podrá con esa atracción primera, ese deseo de amor. Pues estamos hechos por amor y para amar.
Me gusta asemejar nuestra condición humana a una vasija rota por donde se va cayendo el agua. Esto nos hace vivir insaciables. Un amor humano, por muy bueno que sea, se nos queda corto, y buscamos más. Por eso decía que todo parte del deseo de ser más amados. ¿Y qué amor puede saciar una sed infinita? Un amor infinito. Solo una Fuente sobreabundante puede llenar una vasija rota, llena de grietas.
Dejarse colmar por el amor de Dios no tiene fallo. Un ser finito, como es el hombre, dejándose llenar por un ser infinito, que es Dios. Solo así se hace verdad en nuestras vidas eso a lo que me he referido ya alguna vez: “De lo que rebosa el corazón habla la boca” (Lc 6,45). Solo así entiendo que vive un misionero.
Pero ¿cuántas veces me falta fe y confianza? No me dejo llenar por Él, pongo obstáculos a su gracia… ¿Cómo alcanzar esa fe y confianza? Pidiéndoselo. Pidiendo que me enseñe a dejarme amar. Que me enseñe a conocerle y disfrutarle. Desde muy pequeña le pido sabiduría para aprender a degustar sus cosas y encontrar su sabor en todo lo que me sucede. También trato de vivir en acción de gracias constante, elevando poco a poco, cada vez más, la mirada al cielo, dándole a Él la gloria. Trato de ser contemplativa en mi acción, por muy pequeña que sea. Y muy, muy poco a poco, dejo que afine mi sensibilidad con Él.
Me resuena esa llamada del Señor de Génesis 3,9: “El Señor Dios lo llamó: «¿Dónde estás?»”. Ojalá pudiera responderle que “estoy en Ti”, en el Amor, pero vivo en continua falta de fe y desconfianza. Incluso, según escribo estas líneas, estoy tentada continuamente a no escribir lo que escribo y tal y como lo escribo. Una vez más, aprovecho y pido oración.
Mónica Marín (Asociación Jatari)