Silencio: película sobre la misión jesuita en Japón y su persecución
- On 10 de julio de 2024
Sinopsis oficial
Segunda mitad del siglo XVII. Dos jóvenes jesuitas viajan a Japón en busca de un misionero que, tras ser perseguido y torturado, ha renunciado a su fe. Ellos mismos vivirán el suplicio y la violencia con que los japoneses reciben a los cristianos.
Crítica
Segunda mitad del siglo XVII. La labor misionera de predicar el Evangelio llevada a cabo por los jesuitas en Japón peligra, arrecia la persecución con numerosos mártires, e incluso corren rumores de que el padre Ferreira ha apostatado. No quieren creerlo dos de sus discípulos, los jóvenes Rodrigues y Garupe, que piden a su superior ser enviados para ayudar a los cristianos que ahí quedan, y averiguar qué ha sido de Ferreira. Les guiará Kichijiro, que abjuró de la fe mientras toda su familia era masacrada. Encontrarán a muchos fieles clandestinos que les reciben esperanzados, pero deben realizar su misión a escondidas, y con la espada de Damocles del gobernador local perseguidor colgando sobre sus cabezas.
Inspirada adaptación de la novela de Shusaku Endo a cargo de Martin Scorsese, quien firma el guion con su habitual colaborador Jay Cocks, algo poco habitual, no asumía este rol en un largometraje desde 1995 con Casino, lo que da idea de que nos encontramos ante un proyecto muy personal. No en balde, y según su propia confesión, la idea de la película le ronda en la cabeza desde 1989, el año en que descubrió la obra de Endo, y cuando acababa de ser fuertemente contestado por La última tentación de Cristo, una mirada algo tosca, terrenal y muy a ras de suelo acerca de Jesús.
Más allá de trastear aquí en la polémica despertada por ese film, resulta obligado señalar que en Silencio encontramos una visión más trabajada y honda del cristianismo, Scorsese ha interiorizado los temas propuestos por una novela difícil y oscura, pero también esperanzada, que aborda la idea de predicar el evangelio y no ser entendidos por personas de distinto bagaje cultural, con esquemas mentales muy diversos, esa “ciénaga de Japón”, donde las raíces de lo plantado se pudren. Y en su nueva madurez, 74 primaveras cuenta el cineasta, parece haberse visto retratado en los misioneros que a veces no logran hacerse entender, algo que a él también le habría ocurrido con su modo de abordar la figura de Cristo hace casi 30 años.
Sorprende la fidelidad de Scorsese a Endo, que pinta con acierto la sencillez de los campesinos y su fe elemental y recia, que les lleva a confiarse a los “padres”. También el tremendo dilema de rechazar la fe por las torturas con que amenazan los perseguidores, que afecta tanto a los nativos como a los misioneros. En el caso de los segundos la tentación es más cruel y con muchas capas, pues la amenaza de matar a los fieles, independiemente de que abjuren o no, pesa sobre los jesuitas, que salvarían sus vidas si lo hicieran ellos; y el silencio de Dios hace la prueba aún más difícil. Toda una serie de temas, como la posible soberbia de los padres por querer suplantar a Cristo, o las dudas de hasta qué punto los nuevos cristianos entienden la fe, el problema de la inculturación, resuenan sin caer nunca en la frivolidad. La espiritualidad, la fe, el sacrificio, las renuncias, el consuelo de los sacramentos, todo forma parte de la compleja narración, que fluye con gran naturalidad.
Una de las cuestiones que explora el film sería el de a qué llamamos fortaleza, y a qué debilidad, algo que estaría muy presente en la relación que se forja entre Rodrigues y Kichijiro, poderosamente presentada en la pantalla: el primero busca el rostro de Jesús, es su modelo, el otro se atormenta por su flojera a la hora de sostener sus creencias, y piensa que en otras circunstancias habría sido un buen cristiano.
Técnica muy habitual en el cine de Scorsese, éste recurre a la voz en off, la narración del padre Rodrigues, a la que sustituye en el último tramo la de un comerciante holandés, y aunque muy presente, no fatiga, y tiene su lógica. Quizá porque el ensamblaje de las piezas del guión es perfecto, y porque las imágenes son muy bellas: la fotografía de Rodrigo Prieto sabe conceder al relato enorme poderío visual con el uso inteligente de la luz, la niebla y el humo, sin colisionar con la abundancia de palabras, que a veces son sustituidas por lo que vemos, pienso en el primer martirio del que tienen noticia Rodrigues y Garupe. Se nota en todo esto que el director cuenta con un equipo técnico formidable con el que existe compenetración, ha trabajado en repetidas ocasiones ya con la montadora Thelma Schoonmaker, el director artístico y diseñador de vestuario Dante Ferretti, la directora de arte Francesca Lo Schiavo.
Los actores saben prestar humanidad, y por tanto, espiritualidad, a sus personajes. Por supuesto Andrew Garfield y Adam Driver, los dos jóvenes jesuitas, que han destacado el mismo año por Hasta el último hombre y Paterson, pero también Liam Neeson, el padre Ferreira, y todos los secundarios japoneses, especialmente Yosuke Kubozuka, Yoshi Oida y Shinya Tsukamoto, encarnando al apestado y a dos ancianos venerables.