Los misioneros españoles, semilla de la Iglesia local en Tailandia
- On 21 de mayo de 2024
El sacerdote Fermín Riaño, con más de 30 años en Asia, formó durante una década a Nicolás Sarawut, hoy rector del seminario menor de Udon Thani.
El pasado 21 de abril, la Iglesia celebró la Jornada de Vocaciones Nativas, un hito que desde 2015 se conmemora junto a la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Desde Obras Misionales Pontificias se ha querido dejar claro que la Obra de San Pedro Apóstol —un servicio de la Iglesia para ayudar a las vocaciones surgidas en dichos territorios— es «el mejor legado posible de los misioneros». Coincide con esta afirmación Álvaro Palacios, misionero de la Consolata en Etiopía, para quien «las vocaciones nativas no son solo importantes, sino que son esenciales. Los misioneros lo tenemos muy claro desde el primer día que llegamos: nosotros estamos de paso». Uno de sus alumnos de hace décadas, Seyoum Franso Noel, es hoy obispo vicario apostólico de Hossanna, en el país africano: «Para mí, Álvaro fue como un padre. Los misioneros fueron un ejemplo», recuerda.
Algo parecido sucedió entre el sacerdote Fermín Riaño, misionero del IEME —Instituto Español de Misiones Extranjeras— en Tailandia durante más de 30 años, y Nicolás Sarawut, un joven alumno al que tuteló desde los 12 hasta los 19 años, y que ahora se encarga de formar las vocaciones nativas que nacen allí. El maestro español fue formador y vicerrector del seminario menor Príncipe de la Paz de Udon Thani; el alumno es hoy rector del centro. En opinión de Sarawut, «la labor de los misioneros en los diversos territorios es fundamental, especialmente para crear comunidad y sembrar la fe cristiana. Pero una vez esa fe está sembrada, comienza a haber espigas, comienzan a brotar nuevas vocaciones y se desarrolla la Iglesia local. Por eso, es necesario que existan personas que vayan congregando esas Iglesias locales, esa comunidad, porque es la forma de fortalecer y crecer en esos territorios de misión. Por ello, hay que tener sacerdotes locales. Y eso, sin un seminario, sería muy difícil de conseguir».
El objetivo de la Obra de San Pedro Apóstol es estar al lado de todos estos jóvenes que quieren seguir su llamada al sacerdocio o a la vida consagrada, pero carecen de los recursos mínimos para poder completar su formación. «Al contrario de lo que pueda suceder en Europa, en Tailandia ven el hecho de que sus hijos entren al seminario como una gracia y un don que no dejan de agradecer a Dios. Es algo casi cultural, pues en el budismo, mayoritario en el país, las familias invitan a sus jóvenes a entrar en el monasterio y probar el camino espiritual antes de casarse. Con todo, no solo lo apoyan, sino que desprenderse de sus hijos, que son una ayuda importante en los hogares, es una gran renuncia», explica Riaño.
En el caso de Sarawut, su vocación surgió en el seno de una familia cristiana tailandesa, entre agricultores muy humildes. Su padre era miembro del grupo de ayuda a las vocaciones de la Iglesia católica, y contaba, además, con la influencia de una tía que era monja carmelita en Bangkok. Nicolás y dos de sus hermanos ingresaron en el seminario, pero solo él salió como sacerdote. «El porcentaje de ordenaciones entre quienes acuden al seminario menor es de más o menos un 2 %, y el 98 % restante serán los laicos que formarán familias católicas. Ser seminarista en Tailandia es algo normal, ya que, además, garantiza una buena educación, alimentación y salud», detalla.
La presencia habitual de Nicolás en la Eucaristía despertó en él la llamada a entrar en el seminario, junto con el ejemplo de Leo Trevis, uno de los primeros misioneros redentoristas que se presentaron en aquellas tierras después de la II Guerra Mundial. «Yo me encuentro con Sarawut cuando él tiene apenas 12 años, tras un período en el que me fui preparando en el conocimiento de la lengua y de la Iglesia», recuerda Riaño. «Nicolás era de los más activos, tanto para jugar como para estudiar u orar. Era un chavalín vivo, que tenía muy buenos amigos y al que se le veía crecer en libertad. Trabajaba conmigo animando a los jóvenes de los pueblos a conocer a Jesús y su Iglesia. Entre sus 12 y 19 años fui acompañándolo y dándole a discernir la llamada de Jesús para ser sacerdote en misiones. Ayudarlo a él me dio la respuesta a cómo podía yo descubrir la llamada de Cristo a los tailandeses, a reconocer el rostro de Cristo en Asia. El Señor se me mostró en la vida de aquellos jóvenes que querían seguirle y en los que Cristo se hacía presente», rememora.
Minoría cristiana
En la actualidad, aproximadamente el 0,5 % de la población tailandesa es cristiana —unas 380.000 personas de entre 67 millones de habitantes—, mientras que el resto desconoce quién es Jesús y no les ha llegado el Evangelio. La situación va mejorando paulatinamente en el país, pues el Gobierno acaba de reconocer el carácter de «templo católico» a 60 capillas donde se celebra la Eucaristía diariamente. Mil más aguardan esta consideración, fundamental para el reconocimiento oficial de la Iglesia en Tailandia. Una de las cuestiones clave para este avance es el asentamiento de una verdadera Iglesia local. «Aquí tenemos once diócesis y todos los obispos, arzobispos y el cardenal de Bangkok son tailandeses. Después de la guerra de Indochina, cuando fue expulsada de países como Laos, Vietnam o Camboya, la Iglesia se ha configurado como local y pequeña, pero fuerte en su identidad cristiana», explica Riaño.
Pese a todo, el Gobierno tailandés sigue controlando y restringiendo los visados para misioneros. En la frontera con Laos, donde trabajan Riaño y Sarawut, apenas disponen de 33 visados para cubrir un área con siete millones de habitantes, 20.000 de ellos católicos. Aquí, la labor de los misioneros «es fundamental para dar a conocer el Evangelio a una comunidad muy esparcida por los pueblos rurales, y hacerlo, más que con un anuncio de palabra, a través de la vida que se comparte con los pobres. Porque este mundo agrícola tailandés es un mundo pobre y con dificultades de agua, vivienda, salud… Además, al estar en la frontera, hay compañeros misioneros dedicados en exclusiva a la lacra del tráfico de seres humanos, a acompañar a migrantes, a acabar con el trabajo infantil, a cuidar a enfermos de sida, a combatir la prostitución, etc.», afirma el sacerdote.
En los últimos años, Tailandia no ha podido aumentar su número de vocaciones, debido a la reducción de la natalidad y a que la secularización ya parece un fenómeno global y que afecta a todas las religiones. Pese a todo, el seminario mayor de Udon Thani cuenta con más de 100 jóvenes y el del padre Nicolás acoge a más de 60. Incluso, Tailandia cuenta con la Sociedad Misionera Tailandesa —una organización con 25 años de historia—, que dispone de 21 sacerdotes diocesanos dispuestos a ser enviados a los países más necesitados del área asiática, como pueden ser Camboya, Myanmar o Vietnam. Con ellos trabajan laicos, religiosos, y ocho seminaristas. «El envío de misioneros fuera de la Iglesia tailandesa es una realidad. Tenemos sacerdotes, religiosas y laicos que vienen a formarse a Europa desde Asia, que vienen a trabajar, sí, pero que también nos traen su vida y fe en Cristo, que la palpamos aquí y nos ayudan en esta anemia espiritual que vive Occidente. Es una gracia poder acoger a todas estas personas creyentes que vienen a vivir la fe con nosotros», señala Riaño.
Luis Rivas (Revista Ecclesia)