Rosa, Edu y su familia misionera: «No somos ejemplo de nada, sino testimonio de un Amor que hemos recibido»
- On 20 de mayo de 2024
De un día para otro, las lluvias torrenciales han llegado a Los Guido (Costa Rica). «Hemos pasado de vivir en el polvo del desierto del Sáhara a tener que comprar botas de agua de golpe para todos los niños». Hablamos con Rosa Lobo, 43 años, que los acaba de dejar en el cole. Junto a su marido Edu y sus siete hijos son familia misionera. No cayeron en Costa Rica porque sí. Su recorrido vital ha ido de la mano de lo que el Señor les ha ido pidiendo en cada momento, ellos que siempre han estado dispuestos a escucharle.
La inquietud misionera la llevaban en el corazón desde jóvenes. Ambos madrileños, «nos conocimos en unas misiones universitarias» ligadas al Movimiento Apostólico de Schoenstatt «y ambos nos enamoramos de la misión», de esa Iglesia «que sale al servicio, que sale de sí misma». En aquella experiencia, «Dios me regaló al amor de mi vida, Edu, y enamorarme de la Iglesia». Y, además, les puso en el corazón «un anhelo de entrega muy grande».
Y así deciden casarse, sabiendo que «vamos con el Padre, pero no a dónde». Su primer año de matrimonio lo viven en Londres. El corazón les seguía hablando: «Sentíamos que Dios nos pedía algo y no sabíamos qué», aunque sí tenían claro que «queríamos ser un hogar abierto al mundo». Y allí, lejos de España, se va perfilando su camino: «Conocemos a un sacerdote que nos pone en contacto con una familia misionera del Camino Neocatecumenal». Ellos, que siempre habían concebido al misionero como suelto, descubren que su sueño de ser familia en salida puede darse.
Y así, optan por hacer una experiencia de un año «para ver». El destino: la India. El día que Rosa se fue a vacunar, descubre que está embarazada. Pero esto no les frenó, sino que confirmó su deseo de ser familia y misionera. «Como la Providencia es tan buena, y cuando Dios quiere algo te lo pone fácil, la mujer de mi jefe era india», así que Rosa fue guiada por ella en el tema médico.
«Inmensamente felices»
Había ratas por las calles. Había una pobreza extrema. Estaba todo por hacer. «Pero fuimos inmensamente felices». De allí salieron con la convicción de que «como misionero, uno es enviado por Dios; no somos ejemplo de nada, sino testimonio de un Amor que hemos recibido». Testigos siendo familia. «Ese ser y hacer familia es lo que tocaba el corazón de las personas; nos hicimos uno con ellos». Cuando sus amigos les preguntaban a qué se dedicaban, la respuesta era rápida: «A hacer vínculos». También tuvieron una certeza en la India: «Esto es lo que queremos hacer el resto de nuestra vida».
Pero no querían quedarse en el impulso o el mero sentimentalismo. «Decidimos volver a España y asentar la llamada, ver si este fuego no se apaga, si la vida lo va confirmando». Fueron ocho años en España en los que «Dios hizo un trabajo de preparación muy fuerte». Tiempo de poda, de purga, «nos quiso en Madrid para trabajarnos». Salieron heridas, porque «Dios utiliza instrumentos muy frágiles».
En este tiempo tuvieron otros cuatro hijos (una de ellas, adoptada en Etiopía). Y junto a ese anhelo de misión que no cesaba, llegaron «las tentaciones: nos empezó a ir bien en el trabajo y vimos que Madrid también era tierra de misión». Pero, como se decía Rosa ante esto, «si la Iglesia se hubiera quedado en Jerusalén, no hubiera explotado». Porque «Dios, a unos pocos, los llama a salir». Como el «sal de tu casa» que le dijo a Abrahán. Es la misión ad extra, y para esa, Dios también necesita almas.
En este momento, Edu y Rosa vuelven a sentir, como antes de casarse, «que Dios quiere algo, y de una manera muy fuerte en los dos». Hablaron con los tres hijos mayores. «Sentimos que Dios nos pide un paso más». «¿Cómo vamos a decir que sí —les respondieron los niños con sencillez—, si no sabemos a qué?». «Pues dices que sí a lo que Dios te vaya a pedir y ya Él te muestra».
Seguir la estrategia de Jesús
Llegaron a Costa Rica hace nueve años. Lo único que Rosa había oído de este país es que era destino de luna de miel. También había pequeñas comunidades de Schöenstatt. Los seis primeros años estuvieron trabajando en la pastoral juvenil. Pero siempre les volvía a resonar aquello que habían vivido en la India, «el servicio a los más pobres y el ir a los alejados por medio de la Iglesia-familia». Además, «en Schoentatt no existe la figura del misionero permanente», y en realidad eso es a lo que siempre se habían sentido llamados.
«Un día, haciendo oración contemplativa con Edu, en silencio cada uno, ambos sentimos en el corazón que Dios nos pedía empezar una comunidad». Muy bien, «Dios nos pide una comunidad pero somos tú y yo». Con audacia, y aprovechando que habían formado un grupo de personas con anhelo de misión durante la pandemia y que seguían viéndose para hablar de ello, pensaron que si su inspiración «tenía eco en alguien, Dios lo quiere». Y lo tuvo en otros dos matrimonios. Así que «empezamos a juntarnos y a soñar». Organizaron una oración de alabanza, que llaman «kairós», y cada vez eran más.
Como «teníamos claro que no podíamos empezar nada sin el obispo» (arzobispo de San José, José Rafael Quirós) contactaron con él y «le encantó la idea». «Esto es lo que necesitamos aquí —les dijo—; ad experimentum, empezad a caminar». La Providencia les facilitó la compra de un terreno en una de las zonas más deprimidas de San José, Los Guido, una extensión de 30.000 habitantes de extrema pobreza y también delicada: «Hay muchísima droga, muchos casos de abuso sexual, mucho alcoholismo… Pero dentro de la problemática, hay mucha luz». Como los 500 católicos que van a Misa los domingos, a la parroquia del barrio.
Nació así, hace tres años Ignis Mundi. «Se trata de llevar el amor de Dios a los más alejados por medio de una experiencia de familia; creemos que hay personas que tienen que pasar por una experiencia previa humana de amor para volver a la Iglesia». Para ello, «seguimos la estrategia de Jesús, que entra en contacto con la persona». Y por eso, «nosotros nos vamos a vivir allí; te haces vecino y proyectas otra manera de vivir», por ejemplo, que «hay padres que no pegan a sus hijos». «Nuestra misión a veces es tomar un café».
En la actualidad, hay 35 personas viviendo en la misión: solteros y cinco familias, y en verano llegará una más. A ellas se suman dos en misión en México y otra en Chile. Además, se están formando misioneros en México, Chile y España, porque el misionero necesita una espiritualidad, pero también formarse, reconoce Rosa. También están al servicio, que empieza muchas veces por cubrir las necesidades del lugar. «Jesús daba de comer a la gente», y así «nuestro centro de misión quiere ser también un lugar donde las personas tengan respuesta a sus necesidades».
La importancia de la oración
«El misionero que no reza acaba siendo un activista», resume Rosa. De esta manera, cada familia, «respetando la sagrada vida de cada una», reza en su casa laudes, hace una hora de oración en silencio al día, lectio divina y, por la noche, una oración de alabanza. Los miércoles se juntan todos en el «kairós», oración a la que se suman ya más de 150 personas del barrio.
El arzobispo (que les visitó la semana pasada) asignó a la misión el párroco de Los Guido, el padre Érick, que les acompaña en su ser misionero, «que no es fácil; ha habido mucha prueba». Pero junto a esto, «nuestros hijos están felices». «Mamá, esto es lo mejor que nos podía haber pasado», le dijo su hijo Antonio, el quinto, el otro día, al regresar a casa lleno de barro después de jugar al fútbol con los chicos de Los Guido.
Efectivamente, el día a día es normal, las familias tienen sus casas de misión, sus trabajos —aunque Rosa y otros dos más están liberados para estar disponibles cien por cien para Ignis Mundi—, colaboran con la misión con un aporte solidario, llevan a sus niños al cole, por las tardes se juntan con los vecinos… Pero el proyecto es construir 20 casas más de misioneros, una capilla, un centro de misión y formación, la Casa de Misión y terminar el área de deporte.
Rosa se despide haciendo un llamamiento: «Toda ayuda es bienvenida, porque la necesidad es enorme; necesitamos misioneros temporales y necesitamos formadores de misioneros». Y resume: «Vivimos día a día pero soñando en alto».