Ruanda: el secreto de la paz y la reconciliación entre hutus y tutsis es el perdón
- On 19 de junio de 2024
Se cumplen 30 años del genocidio que asoló Ruanda, cuando la etnia hutu, mayoritaria en el país y discriminada, quiso acabar con la minoría tutsi, obligando a los vecinos a señalar y matar a los que conocieran. Tras el horror de la masacre, el país ha mirado hacia delante a través de un proceso de reconciliación admirado en todo el mundo. La Iglesia ha tenido un papel fundamental.
Ante un correo electrónico en inglés de la revista Ecclesia, él contesta en un perfecto catalán. Sus compañeros de la coral y feligreses de la parroquia de Sant Martí de Viladrau tienen su permiso para llamarle Aquileu. Pero su nombre real es Achille Nzamurambaho y lleva solo tres años en la comarca de Osona, a más de 7.000 kilómetros de la orilla del lago Kivu, su anterior destino. Los retos que plantea la feligresía del interior de Gerona son bien distintos de los que Achille conocía. Ha llegado con una mochila muy cargada de una tierra —la suya— que en los años recientes ha conocido lo peor y lo mejor del ser humano, puesto que si el genocidio de Ruanda, del que se cumplen ahora 30 años, es uno de los episodios más terribles de la historia reciente, es histórico también el proceso de reconciliación, que sigue en marcha.
Entre el 7 de abril y el 4 de julio de 1994, 800.000 ruandeses tutsis fueron masacrados con machetes por sus vecinos hutus. Los motivos de la matanza son complejos y variados, una historia con múltiples capítulos que concluye con un proceso creciente de odio por parte de los hutus —etnia mayoritaria en la región— acumulado durante cientos de años. Como en los grandes conflictos de la historia, la propaganda funcionó hasta el punto de convencer a amigos, vecinos, familiares, incluso cónyuges, de que los otros eran «cucarachas» que no merecían vivir. También el miedo hizo su papel: el que no mataba era asesinado sin miramientos.
Y tras la matanza, la devastación. Otras 12.000 personas murieron por una epidemia de cólera que aprovechó la ocasión para campar a sus anchas. Tres millones de refugiados cruzaron las fronteras de los países aledaños, perdiéndolo todo. En julio de 1994, Ruanda, uno de los países más prósperos del África subsahariana, era la viva imagen de la devastación. Solo quedaban cenizas, silencio y rencor.
Solo el perdón sana las heridas
¿Era posible renacer de unas cenizas como aquellas? El padre Nzamurambaho, 30 años después, sabe que sí. Él ha sido testigo de primera mano de la labor del padre Ubald, que dedicó su vida, hasta que falleció de COVID en 2020, a trabajar por la reconciliación. Ubald era un joven párroco de 24 años en Cyangugu, al sur de Ruanda, casi en la frontera con la actual República Democrática del Congo, entonces Zaire. Durante el genocidio, perdió a su madre y a otros 80 miembros de su familia. Él se escapó de milagro; huyó a pie al Congo, y de allí viajó a Bélgica. Ante las aterradoras noticias que llegaban de su país, entró en crisis. No entendía cómo Dios podía permitir que sucediera algo así. Escribía: «¿Dónde está ese Cristo en la cruz? Alguien y algo me tiene que salvar de aquí. Necesito volver a contemplar sus ojos de amor y de perdón».
Cuando volvió a Cyangugu se encontró una comunidad rota, especialmente cuando los prisioneros que habían cumplido su condena volvieron a casa. Entonces, decidió retar a Dios. ¿Es cierto que el perdón cura? Así empezó el programa The Secret of Peace en su propia parroquia. Algunas víctimas dieron el paso para participar y conocer, escuchar y encontrarse con los agresores de sus familiares.
La psicóloga e investigadora de la Universidad Pontificia Comillas, María Prieto Ursúa, quedó conmovida con esta y otras historias similares y decidió viajar a Ruanda en busca de respuesta a una pregunta que le asaltaba. ¿Qué hace posible el perdón? Es algo a lo que ha dedicado años de estudio, pero aun así es extraordinario encontrar casos como el de Ruanda. El padre Ubald le contó lo que vio con su propia comunidad: después de tres meses de proceso, todos los participantes del programa manifestaron públicamente su perdón a la comunidad. Los asesinos se arrodillaron como señal pública y las víctimas colocaron sus manos sobre los hombros de los agresores. Escribe la profesora Prieto: «Era cierto que la justicia humana se cumplía: pagaban por su delito. Pero con ese gesto de imposición de manos, de acercamiento al otro, desenterraban los talentos entregados y los hacían fructificar».
Hasta el día de su muerte, el padre Ubald ayudó a cientos de miles de personas a reconciliarse. ¿Cuál es la clave de su éxito? Katsey Long, trabajadora de la organización The Secret of Peace, explica en ECCLESIA que ese «secreto para la paz» es precisamente el perdón, «porque el perdón nos hace libres y capaces de la paz, es la llave que abre la puerta de la sanación». Long está convencida de que el perdón es posible para todos, aunque la reconciliación es más difícil, porque depende también del otro. «Perdonar no es una respuesta emocional, es una decisión entre tú y Dios. Que la víctima perdone al perpetrador siempre abre la puerta de la gracia al perpetrador para pedir perdón. La reconciliación, en cambio, es fruto del perdón, entre tú y la otra persona».
Una propuesta para todos
La cantidad de personas que una a una han perdonado en Ruanda demuestra que, aunque sea de otro mundo y humanamente inconcebible, el perdón es posible. Recuerda Katsey Long que el trabajo que se ha hecho es increíble porque «eran vecinos contra vecinos». «No fue un ejército extranjero que vino y empezó a matar a gente, era el vecino de la puerta de al lado al que habías invitado a cenar a tu casa la semana anterior el que entraba para matar a toda tu familia», añade. Tras la masacre el vecino de al lado seguía siendo el vecino con el que había que cruzarse todos los días, era imprescindible construir una nueva cultura, puesto que, como dice un dicho en la lengua local, el kinyarwanda, «kubaho ni ukubana», que significa, «vivir es vivir con».
En los actos conmemorativos por el 30 aniversario del genocidio, el presidente del Gobierno, Paul Kagame, señaló: «Tenemos una deuda con los supervivientes que os encontráis entre nosotros. Os pedimos hacer lo imposible, llevando sobre vuestros hombros el peso de la unidad y la reconciliación, y seguís haciéndolo cada día». Las iniciativas de promoción de la reconciliación se han dado en todos los niveles. El propio Gobierno ha impulsado diversos programas encaminados a ello a través de la lucha contra la pobreza, el desarrollo económico especialmente en el mundo rural y la búsqueda de una identidad nacional compartida. Por ejemplo, ha hecho desaparecer de los documentos de identidad la referencia a la raza o ha establecido un día mensual de servicio comunitario llamado Umuganda, en el que cada ciudadano de entre 18 y 65 años, físicamente apto, debe ofrecer tres horas de servicio al mes a trabajos en favor de la comunidad. Ante el retraso de la justicia, el establecimiento de tribunales populares, denominados gacacas, ha propiciado el procesamiento de 1,2 millones de personas en un entorno de comunidad y participación colectiva.
En todo este proceso, la Iglesia ha tenido un papel protagonista. No solo por iniciativas concretas como la del padre Ubald, también por el trabajo pastoral guiado por los obispos. Desde el primer momento, propició un entierro digno a las víctimas, así como ayudas a los supervivientes en la reconstrucción de sus casas y la microfinanciación para los pobres. Más adelante, con la creación de comunidades pequeñas en las que cada participante podía compartir su sufrimiento. Y por supuesto, con la oración por las víctimas, por quienes se siguen ofreciendo las Misas del primer domingo de mayo.
Igual que hizo el padre Ubald, muchos cristianos han querido verificar si Cristo vence también en situaciones tan dramáticas como la de su país. Uno de ellos, Michel se dio cuenta de que, puesto que la identidad étnica era una de las causas principales del conflicto, debían transmitir a la población cuál era su verdadera identidad: la pertenencia a Cristo. Como decía san Pablo: «Sois uno en Cristo Jesús». De esta idea surge todo un movimiento, Moucecore (Movimiento Cristiano por la Evangelización), cuyo impacto social, como en el caso de The Secret of Peace, es difícil de medir. Winnie Uwimana, actual directora ejecutiva, ha resaltado en ECCLESIA la importancia de esa identidad cristiana en los procesos de reconciliación. «La gente estaba herida, habían sufrido mucho y muchos cristianos se replantearon su fe. No era inmediato decir que Dios es bueno». Por eso, una de las primeras misiones del movimiento fue unir a los cristianos que habían sobrevivido al genocidio. Cristianos de ambas partes que volvieron a verse, a hablar, a convivir.
El viaje inverso
Si en 2021 Achille Nzamurambaho hacía las maletas en el lago Kivu rumbo a Cataluña, desde hace varias décadas, las monjas de San José de Gerona hacen el camino contrario. Al escuchar hablar a la hermana Josefa Iliazábal, no hay rastro del acento catalán de sus orígenes. El kinyarwanda lo domina a la perfección. En 1994, era encargada de novicias. El día que empezó el genocidio, pidió a las aspirantes que volvieran cuanto antes a sus casas. Mientras ella permanecía junto con las otras tres hermanas —todas españolas— de la comunidad. Tras escuchar en Radio Exterior de España que tenían que ser evacuadas, decidieron que dos volverían a Barcelona a consolar a las hermanas «que sufrían más que nosotras» y las otras dos se quedarían a ayudar. El 17 de abril, junto con un misionero, cruzaron el país en coche, en un peligroso viaje hasta Burundi, y allí se separaron. La hermana Iliazábal, reconoce en ECCLESIA, lo vivió «con mucha pena». «Me ponía delante del crucifijo, veía que todo estaba perdido. Y tenía mucho dolor por los ruandeses que habíamos abandonado», asegura.
En julio de aquel año pudo volver a África, aunque no a Ruanda. La comunidad volvió a reunirse en Goma, el antiguo Zaire. El panorama que encontró allí lo describe como catastrófico: «Los desplazados estaban extenuados, muriéndose, pidiendo socorro. No podíamos hacer mucho». Se dedicaron a atender a los niños como podían, hasta que el 8 de septiembre, la hermana Josefa recibió la petición de volver a Ruanda, donde no les recibieron precisamente con los brazos abiertos. «Fue muy triste, las casas abandonadas habían sido ocupadas por militares de uno y otro bando que nos trataban muy mal».
Ahora, Josefa es de las mayores de la congregación. Es la que hace las compras y acompaña a los prisioneros del genocidio en la cárcel. Una vez al mes, es la encargada del rosario en Radio María de Kibeho. Las calles que transita diariamente para visitar a presos y enfermos no tienen nada que ver con las que pisó corriendo en su huida a Burundi en abril de 1994. Reconoce que el país ha cambiado mucho y que los programas de promoción de la unidad y la reconciliación han dado sus frutos. Iliazábal cree que «el país está en camino de la curación, pero todavía hay muchas secuelas del genocidio». No se puede rehacer todo un tejido social destruido de un día para otro. Ruanda todavía tiene un largo camino por delante, pero la senda está clara, porque los ruandeses que hace 30 años se mataban han descubierto que el perdón es el único camino para la sanación.
Elena Santa María (Revista Ecclesia)