La firma de Antonio Moreno: Tú también
- On 13 de octubre de 2022
Iba a ser una entrevista más en aquel viejo estudio de radio, pero cuando su mirada se clavó en la mía y me dirigió aquellas palabras, el tiempo pareció pararse y mi vida cambió para siempre.
Siempre había admirado a los misioneros. Las historias que me contaban sobre ellos en el colegio y los reportajes que los míticos Vicente Romero o Rosa María Calaf firmaban en el Informe Semanal de los 80 y 90 hicieron tanta huella en mi adolescencia que todavía hoy miro a los misioneros como auténticos superhéroes de carne y hueso.
Así que, cuando senté ante el micrófono a aquel sacerdote con décadas de servicio en África a sus espaldas, me dispuse para disfrutar, una vez más, como el que va a ver la última de Avengers, con las aventuras y alucinantes historias que suelen contar. ¿Me relataría cómo logró encontrar agua en aquella aldea desierta que hoy es un vergel o me explicaría los detalles de cuando consiguieron esquivar el control de los paramilitares para llevar sana y salva hasta el hospital a una mujer a punto de dar a luz?
Los prolegómenos fueron los habituales: presentación del personaje para poner al oyente en antecedentes, preguntas sobre el motivo de su estancia en nuestro país… Pero llegó un momento, cuando empecé a escudriñar su corazón para que me contara por qué vale la pena dejar una vida cómoda para partir hacia un lugar desconocido y peligroso, en el que empecé a sentir como si, poco a poco, el entrevistado fuera yo, como si en realidad fuera él quien llevara las riendas de la conversación. Mientras el religioso hablaba, yo solo podía escuchar una batería de preguntas bombardeando mi cerebro:
- Te dices cristiano, pero eso ¿se nota en tu vida diaria?
- En unos días será el Domund. Un pequeño donativo y conciencia tranquila ¿no?
- Dices que vas a rezar por las misiones, pero luego ¿rezas por alguien más que por ti?
- Anoche salió el tema de Dios mientras tomabas una cerveza con tus amigos ¿por qué eludiste cobardemente la conversación?
Me invadió entonces una enorme sensación de vacío, un nudo en el estómago que comenzó a oprimirme hasta dejarme casi sin respiración. ¿Soy acaso un fraude? Me sentí como el hijo pródigo cuando terminó de malgastar el último céntimo de la herencia de su padre. Tan intenso era el sentimiento de vergüenza que no me di cuenta de que el misionero había acabado su respuesta y esperaba, paciente mi siguiente pregunta. Quizá fueron solo dos segundos, pero ese silencio, en radio, es una eternidad.
Por su mirada, entre curiosa y compasiva, creo que supo descifrar lo que pasaba por mi cabeza y salió al rescate continuando con su discurso:
–¿Y todo esto por qué?, te estarás preguntando. Pues mira, no lo sé y no creo que ningún misionero lo sepa, simplemente nos vemos llevados, casi empujados a dar gratis lo que recibimos gratis. Cuando el Resucitado se despidió de sus discípulos antes de ascender al cielo les dijo: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra». Esto no se lo dijo solo a los discípulos, sino a todos los bautizados.
Fue entonces cuando ocurrió. Clavó su mirada dulce y a la vez llena de ardor en la mía y me estampó:
–También a ti te lo dice hoy. Aunque muchas veces pienses que no eres buen cristiano, aunque a veces te fijes solo en tus pecados, eso a Él no le importa, porque la obra es de Él, no tuya. Y esa fuerza del Espíritu Santo que dice que vendrá, ya vino el día de tu bautismo y viene cada vez que te acercas a los sacramentos, así que tú también eres testigo, tú también eres misionero, porque su fuerza se manifiesta en tu debilidad.
Como decía al principio, mi vida cambió en aquel instante y, desde entonces, me siento de ese equipo de superhéroes de mi infancia. El último de los Avengers quizá, pero elegido. También tú puedes formar parte de este equipo simplemente dejando que sea Él quien lleve tu vida. ¡Porque tú también eres misionero!