Editorial II

Editorial II

  • On 2 de enero de 2023

Recién estrenado este 2023, me gustaría echar la vista un poco atrás, concretamente hasta 1582. Aquel año el Papa Gregorio XIII introdujo el calendario por el que actualmente nos regimos y por el cual nos encontramos ahora en el inicio de un nuevo año. Fiestas con amigos, familia, comilonas… marcan estos días, como parte de las fiestas navideñas. Personalmente, hace algún tiempo que no le doy demasiada importancia al cambio de año como tal. Las razones, varias.

Por un lado, sabemos que nos encontramos en el tiempo de Navidad. Acabamos de celebrar el día de la fiesta pero el tiempo navideño sigue, no solo en el calendario litúrgico sino que lo vemos en el sentir de la gente que sigue felicitando la Navidad o habla, acertadamente, de su final tras la fiesta de Reyes (más concretamente el domingo posterior a esta, con la celebración del Bautismo del Señor). Y esto refleja la centralidad de la Navidad. Me explico. Lo importante de estos días, el motivo por el que estamos de fiesta (y muchos de vacaciones), es que celebramos el nacimiento de Jesús, como acontecimiento histórico y como vivencia personal. Aunque a todos se nos olvide un poco a veces…

Por otro lado, la cuestión de plantear un nuevo inicio es, desde luego, importante. Sin embargo, hay otros momentos con mayor sentido para nosotros los cristianos. Por ejemplo, enlazando con el párrafo anterior, la Navidad, como el momento en el que Dios viene al mundo, toma nuestra carne y nuestra condición, para dar inicio a algo inmenso que sigue resonando hoy y por toda la eternidad; incluso anterior a este encontramos el inicio del Adviento, que es propiamente el comienzo del año litúrgico para los cristianos, un momento propicio de preparación y cambio; o, como no, la Pascua, que da sentido a nuestra vida y nuestra fe, permanente transformación hacia Dios.

Esta última idea de la continua transformación al Señor, también es otro motivo por el que no le doy tanta importancia al cambio de año. Cada día de nuestra vida tenemos la posibilidad de hacerlo verdaderamente nuevo. Aún digo más, a cada rato tenemos esa oportunidad, la posibilidad de elegir dar la mejor versión de nosotros mismos, de cumplir los propósitos que solemos marcarnos para el Año Nuevo y que son tan loables, porque estos suelen responder a la mejora de nuestra vida y la del resto; en definitiva (y en realidad), de, como decía, transformar nuestra vida a Dios, es decir, de tener la mejor de las vidas posibles.

Entonces ¿no hay que celebrarlo?

Cristo, como nos prometió, se hace presente en nuestras vidas, nos acompaña siempre y nos da la posibilidad de seguirle. Por eso, toda excusa es buena si se trata de volver nuestra mirada y nuestra vida a Dios. Y es que solo Él, tiene el poder de transformar verdaderamente nuestra vida, de darle verdadera plenitud, de convertirnos en mujeres y hombres nuevos.

Ahora bien, la idea es genial; conseguirlo es otra historia. Nadie es santo en vida, pero todos los santos han vivido (y viven). No hay fórmulas magistrales ni recetas perfectas, pues cada vida tiene su propia historia de salvación; y es que Dios, que nos quiere a todos por igual, que nos ha creado con la misma dignidad, a su imagen y semejanza, tiene una relación de amistad particular con cada uno de nosotros. Y esto es algo asombroso, ¿no crees?

En mi vida he experimentado un Dios que se ha hecho presente de muchas maneras, que me ha llamado, guiado, sostenido… y a la vez he conocido el testimonio de personas a quienes Dios se les ha hecho presente de maneras totalmente diferentes, y todas son verdaderamente de Dios. Ahora bien, sabemos algunas formas de encontrarle, de dejarle entrar en nuestra vida, que nos son comunes: la Escritura, los sacramentos, la vida de la Iglesia, los hermanos, la creación, la oración, la caridad…

Estas navidades, ¿cuánto te has dejado tocar por Dios? ¿Las luces y los sonidos, te han acercado a Jesús, a su nacimiento, como hizo la estrella con los Reyes Magos? ¿Has afinado tus sentidos para contemplarle y recibirle o se te han embotado un poco? ¿Has querido escucharle? ¿Le has buscado? ¿Le has reconocido en la humildad de los hermanos que amanecen a diario en portales, no solo de Belén, también de tu ciudad? ¿Le has reconocido en la realidad marginal de los territorios de misión? Y ya no solo en Navidad ¿Haces algo de esto el resto del año? ¿Buscas ser una persona nueva en Cristo cada día o se queda en un propósito de Año Nuevo?

Pues de todo esto va la Jornada de Infancia Misionera que celebramos el próximo 15 de enero. Para quien no la conozca, la Obra Misional Pontificia de la Infancia Misionera pretende despertar desde la más tierna infancia el sentido misionero que todos poseemos por el Bautismo; de aprender a escuchar la voz de Dios en nuestra vida; de reconocerle sufriendo con nuestros hermanos necesitados y de sentirnos responsables de la acción misionera, a través de nuestra entrega personal y de nuestro apoyo a la misión y los misioneros que la llevan a cabo en todo el mundo, con nuestra oración y limosna. Y esto es algo que no compete solamente a los niños, sino a todo cristiano. ¿No crees que sería fabuloso que este sentirse parte y responsable de la misión se asumiera desde los primeros años de vida? Tal vez puedas animar esta Jornada en tu parroquia este año…

Ahora bien, después de todo el “hate” por el Año Nuevo, qué bonito es empezarlo con la fiesta a María santísima, a quien celebramos como madre de Dios. Invoquemos su intercesión por este nuevo año, por el descanso eterno de Benedicto XVI, por todos los misioneros y la misión de la Iglesia, por todos los buenos propósitos para este 2023 y, sobre todo, porque todo ello permita a Cristo nacer a diario en todo corazón y que hagamos morada de Él. Ahora sí, solo me queda desearos un ¡feliz y santo Año Nuevo!

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