La firma de Luma: “Veranomisiones” en Honduras
- On 28 de noviembre de 2022
La enorme y maternal sonrisa de Sara y el fuerte abrazo de Sandra al llegar casi me hacen olvidar las 10 horas de vuelo y la larga cola de la aduana. Acaba de amanecer en Honduras y el cielo combina los rojos con los violetas y los naranjas con los azules. Desde la última vez que vine ha cambiado el gobierno pero no la gente. El bullicio habitual del aeropuerto, con los taxistas cantando para atraer clientes y las familias recogiendo a sus seres queridos, es igual al que recuerdo del primer año.
En la pickup de las hermanas hago el tradicional viaje a casa. Esta vez en la cabina, ya habrá tiempo para viajes al aire libre más adelante. Hay mucho que contarnos, y con lo que ponernos al día. Hablamos de los proyectos de LUMA, del equipo de voluntarios, del trabajo en los campos….
Cuando llegamos a casa, disfruto de un magnífico desayuno a lo misionero: un café recién hecho, un bollito de pan untado con aguacate y un delicioso mango que hemos recogido por el camino. Un auténtico lujo. Mi amiga Raquel había llegado hace unos días y todavía sufre un poco de jetlag, pero al ratito se levanta y nos sentamos todas juntas a compartir. Será de los últimos momentos de tranquilidad antes de la vorágine que se nos viene encima y lo disfrutamos como tal.
Me llamo Patri, he vivido 6 “veranomisiones” y así empezaba mi primer día en Honduras. Las hermanas partirían hacia España unos días después, lo que convertiría esta experiencia en una de las más desafiantes a todos los niveles para mí, porque no la compartiríamos con ellas. Los 10 días siguientes Raquel y yo aprovechamos para hacer evaluación del proyecto PsicoHonduras, que iniciamos hace tres años, y para entrevistar a candidatos para cubrir la vacante que quedaba a mediados de agosto. También hubo tiempo de ir a comprar algunos equipamientos que faltaban para el dispensario médico, montar algunas formaciones y para hacer algunas visitas a personas queridas. El tiempo es muy valioso, y pasa muy rápido.
En algún momento durante la misión, en esos espacios de paz y descanso en la capilla, me preguntaba cómo había llegado yo a este punto. Seis años atrás habíamos viajado a ese mismo sitio, pero ahora era un lugar totalmente distinto. Seis años atrás partíamos a una aventura, pero ahora es mucho más: es hogar, familia y amistad. Seis años atrás nos dejamos llevar por una intuición “creo que me gustaría irme de misión”, ahora esa intuición es una certeza y una realidad.
Repetimos todos los veranos siguientes e iniciamos LUMA, una asociación para apoyar la labor social de las misioneras en Nuevo San Juan. Pero vuelvo al ahora.
Las semanas siguientes, ya sin Raquel, fueron bastante intensas, aunque de una forma distinta. El equipo de LUMA Nuevo San Juan, formado por voluntarios hondureños, se puso a funcionar. Pusimos en marcha un teléfono para la organización de las citas de las psicólogas. Organizamos las distintas funciones dentro del equipo e hicimos contactos con la municipalidad de la Lima y con representantes de otras entidades sociales que trabajan en la zona.
Diseñamos un mural para el muro del campo de fútbol, y nos pusimos a pintar. Con la comunidad celebramos la Palabra en las aldeas, y adoraciones en la iglesia. Compartimos con los más desfavorecidos y también con los menos. Preparamos formaciones y participamos en las catequesis.
La actividad fue frenética durante todo el mes. Pero, de todo lo vivido, me quedo con dos cosas sobre todo:
Por una parte, con las conversaciones que pudimos tener con algunas personas que han podido participar del proyecto. El aliento que supone saber que los esfuerzos desde España llegaron al otro lado del océano.
Por otra parte, el compromiso de la comunidad allí, su ilusión, su entusiasmo y las ganas de servir a los demás. Durante todo el mes y hasta el día de hoy, hemos sido testigos de la manera de entregarse de este grupo de personas, que son un verdadero ejemplo para seguir adelante, y verdadero rostro de Dios para sus hermanos.
Este año, tratando de ayudar con una de las gestiones que teníamos que hacer para la casa, la persona con la que estaba hablando me hizo una sencilla pregunta: “Entonces, ¿usted es misionera?”. Hace seis años, hubiera contestado que no, que yo solo soy voluntaria. Pero en ese momento, de manera muy natural, me salió responder que sí, que soy misionera.
Soy misionera porque trato de llevar el Amor de Dios por todo el mundo, en el momento y lugar concreto en el que me encuentro. Lo conseguiré más o menos, pero es a eso a lo que me siento llamada, y a lo que intento responder. Es algo muy sencillo, porque las cosas más importantes lo son. Todo este rollo no se lo conté a él, por supuesto. Pero le agradecí la pregunta. Y por eso, querido lector, le pregunto ¿usted es misionero?