“Volver a Mozambique, volver al Evangelio”
- On 20 de febrero de 2023
Para mí, volver a Mozambique es siempre sinónimo de volver al Evangelio. Volver a Mozambique es reencontrarme con la vida sencilla, con la gente que no tiene prisa y te para por la calle para preguntarte cómo estás, cómo has dormido y cómo está tu familia sin ni siquiera conocerla. Es reencontrarme con la vida en comunidad, con el sentimiento de fraternidad y con el convencimiento de que la vida es mejor si Dios está en el centro de todo. Un Dios al que allí la mayoría le llaman Alá, pero esto, lejos de separar, une, une mucho.
Y si volver a Mozambique es volver al Evangelio, volver a Ontupaia y a la casa de las Hijas de la Caridad es para mí como ir a Betania. Siempre pienso que esa casa en la que Jesús se hospedaba con sus amigos Lázaro, Marta y María se debe parecer mucho a la casa de las irmas.
La casa de las irmas en Ontupaia es una casa en la que las puertas siempre están abiertas y la mesa puesta para recibir e invitar a todo aquel que pasa por allí. Es una mesa en la que no sólo se comparte alimento para el cuerpo sino también para el alma. Las comidas y las cenas son momento de encuentro, de compartir las anécdotas del día, alguna que otra preocupación, mucha alegría y alguna reflexión transcendental. Pero, sobre todo, son también un momento de dar gracias por la bendición de tener alimentos con los que llenar el estómago. Cuando nos sentamos en esa mesa siempre me imagino que así es como compartía la mesa Jesús con sus amigos. Y es que las irmas nos reciben y nos cuidan como si fuéramos el mismo Jesús.
La primera vez que estuve en esa casa lo que más me llamó la atención fue eso de que la mesa siempre estuviera puesta. Al poco tiempo descubrí que no era algo único y exclusivo de aquella casa. He tenido la oportunidad de visitar muchas comunidades religiosas en tierras mozambicanas: la casa de las Hijas de la Caridad en Nacaroa, en Maputo y en Chokwe, la casa de las Pilarinas en Nacala y en Maputo, la de las Concepcionistas en Nacuxa, las Combonianas en Nacala, la de las hermanas de la Presentación en Lumbo, la casa de los Padres Paúles en la Ilha, la casa del Obispo en Nacala… Y todas son iguales. En todas te reciben con un abrazo, con una inmensa alegría, con una invitación a sentarte en esa mesa puesta y con la promesa de que rezarán por ti. Ojalá aquí, en nuestras casas y en nuestras comunidades parroquiales, se respirara ese espíritu de Betania.
Después de haber pasado ya cinco veranos en Mozambique y de ser mi noveno verano en tierras de misión estaba convencida de que era imposible superar todo lo que había vivido. Me parecía hasta egoísta pensarlo. Pero el Señor siempre da el ciento por uno y me volvió a llenar el corazón y el alma con miles de momentos. La mayoría de ellos llenos de felicidad y entusiasmo, pero también con momentos duros que nos recuerdan la importancia de aprender de la cruz.
Este verano la muerte nos visitó muy de cerca. Una mañana nos despertamos con la noticia de que había fallecido de repente el hijo pequeño de Abdul, uno de los trabajadores de la casa. Con sólo cinco años su vida terrenal había terminado y no había ninguna explicación. Lo mismo pasó con la hermana de nuestra amiga Iraneti, con el hermano de una de las profesoras de la escuela o con nuestros conocidos Lucas y Victoria.
Qué bien se está en tierras de misión. Y cuántas veces he pensado yo también en plantar allí mi tienda como los apóstoles querían hacer en el monte Tabor. Pero toca volver a la vida cotidiana. Y yo, este año, lo he hecho pidiendo que todo aquel que se acerque a mí o a mi casa, se vaya sintiendo que ha estado cerca de Betania.
Como todos los años, estaré un poco pesada hablando de Mozambique, pero ya sabéis, de lo que rebosa el corazón habla la boca.
Por Mireia García Escriche (Proyecto Ontupaia)