La firma de Javi Nieves
- On 10 de mayo de 2023
Juako metió la pata, y no una sola vez, lo hizo repetidamente y además cruzando líneas rojas que no tienen retorno y te llevan a una existencia repleta de esclavitudes. Todo lo hizo en busca de libertad, pero solo consiguió apartarse de la realidad y de sí mismo. Quizás esa era su principal intención: no encontrarse consigo mismo, con su propia verdad. Nunca habla de los motivos, pero puedo imaginar que un desengaño amoroso o una pérdida irreparable le llevaron a tomar decisiones equivocadas.
Ahora, lo veo cada día pidiendo monedas para tomarse «una fresca». Al principio, me costó acercarme a él, pero poco a poco hemos entablado conversaciones cortas. Un día, me dijo con voz quebrada: “Me echan de mi piso”. No pude evitar preguntarle qué había pasado, y él me respondió con una tristeza profunda: “He hecho algo que no debía y me largan”.
Juako vive en un piso tutelado con unas estrictas condiciones de comportamiento que si no respetas son motivo de expulsión. Normal, las oportunidades son para quienes las aprovechan. Pero él, una vez más, metió la pata.
Después de muchas conversaciones somos amigos, le aprecio, me duele lo que le pasa, sufro si le veo sufrir y también me entristece notarle la voz ronca después de haberse tomado más «frescas» de las que debía.
Hemos caminado ya unos cuantos kilómetros juntos, como hacen los amigos, andando rápido a veces y parándose si la conversación requiere tanta concentración o emotividad que no eres capaz ni de mover los pies. Nuestro cuerpo acompaña el tono.
Juako sufre mucho, se arrepiente de todo lo que ha hecho, de lo que hace y además sabe que no es capaz de dejar de hacerlo.
Y yo sufro porque no sé qué puedo hacer por él. Un día me dijo que uno de sus sueños era poder invitarme un día a cenar, irnos juntos a un restaurante y que nadie le mirara.
Tengo un amigo con una empresa de lavado de coches, le hablé de Juako y me dijo que podría darle una oportunidad, pero después de preguntar a gente que sabe manejar situaciones de este tipo, me aconsejó que no lo hiciera, que las consecuencias podrían ser peores: se lo gastaría todo en alcohol o en drogas y podría tener consecuencias graves para su salud. Él me reconoce que esa posibilidad existe, no se fía de sí mismo, sabe que es esclavo, ha intentado varias veces ingresar en distintos centros y buscar salida, llegó a estar 10 años sin consumir nada, pero volvió. Siempre vuelve.
Yo soy igual que él, también esclavo, también me desprecio por no ser libre, pero mis esclavitudes no se perciben, incluso están bien vistas y se fomentan en nuestra sociedad.
Cómo me gustaría tener algo del espíritu misionero de algunos de los que se publican en esta plataforma, como me gustaría poder ayudar precisamente a la gente que quiero.
Juako es sincero, es noble como pocos y tiene un corazón de oro. Me conmueve cuando me dice que tiene uno de esos días en los que pegaría puñetazos a todos los que se encuentra y luego rápidamente me mira y me dice: “¿sabes que no soy capaz de hacerlo, ¿verdad?”… ya lo sé Juako, ya lo sé, no te preocupes, que te conozco bien… “Es que me va todo tan mal”, sigue diciendo, “que no sé cómo desahogarme”. Yo le digo que camine, que se vaya al campo, que tenemos la suerte de tener uno cerca de casa y eso le vendrá muy bien, y entonces, me enseña el contador de pasos de su móvil y comprobamos que ya ha recorrido 15 kilómetros y solo es mediodía.
No es necesario irse muy lejos para encontrar lugares de misión. No tengo ninguna conclusión, ninguna solución, no puedo aportar nada, solo tengo un amigo y haría lo que esté en mi mano para que le fuera bien.