La firma de Mireia García, de Proyecto Ontupaia

La firma de Mireia García, de Proyecto Ontupaia

  • On 24 de abril de 2023

Cuando llegamos a casa de las hermanas nos encontramos con que los jóvenes de la parroquia nos habían preparado una fiesta. La sala de reuniones estaba decorada con cosas típicas dominicanas y se habían vestido con trajes regionales. Con actuaciones, dinámicas y bailes nos explicaron todas las cosas típicas de la cultura dominicana. Nos enseñaron a bailar salsa y bachata y nos dieron a probar dulces típicos. Prepararon todo aquello con un cariño inmenso. Todavía hoy guardo gran parte del amor que recibimos por todos los lados aquellos días.

En medio de aquella fiesta llegó Lidia. Se escuchó el ruido del coche y del portón de la calle. Me giré para mirar por la ventana y la vi. Pesaba casi quince kilos menos que la última vez que nos habíamos visto, pero su sonrisa y su luz eran las mismas. Salí corriendo para darle un abrazo. Hacía casi dos años que nos vimos por última vez. Fue pocos días después de volver de la primera experiencia en Tánger. La acompañamos a hacer trámites burocráticos sobre su marcha a República Dominicana, comimos juntas y nos despedimos en la estación de tren en Valencia.

Yo sabía que con ella llegaba la revolución. Sabía que iba a cambiar la vida del resto del grupo como en su día cambió la mía y me moría de ganas de ser testigo de aquel milagro.

Lidia no venía sola. Le acompañaba David, un ex alumno suyo del colegio de Carcaixent. No lo conocíamos de nada, pero enseguida fue uno más de nuestro grupo.

Al poco rato de llegar nos reunió detrás de nuestra casita. Nos preguntó cómo habíamos estado viviendo aquellos días en Manoguayabo. Fuimos sinceros y le contamos que las hermanas nos trataban con muchísimo cariño y que habíamos disfrutado con la gente de Hato Nuevo, pero que todos esperábamos emociones más fuertes. Ella miró su reloj. Era tarde para salir. Dudó un momento pero enseguida nos dijo que nos preparáramos, que en cinco minutos nos veíamos en la puerta para ir a dar una vuelta por el batey.

Cinco minutos más tarde estábamos todos listos en la puerta y por fin nos dirigimos hacia el lado izquierdo. Por fin nos adentrábamos en el “Batey Bienvenido”.

Desde que Lidia llegó a aquel lugar dos años antes cada mes publica una carta en la que intenta acercar la realidad de las personas que allí viven y cómo reciben ayuda a través de los proyectos de la Ong Korima para que sus vidas tengan unas condiciones más dignas. Yo conocía aquel lugar por sus cartas y ahora lo estaba pisando con mis pies y lo estaba viendo con mis propios ojos. El destino a veces te tiene preparados auténticos regalos.

Lidia hacía dos meses que no iba al batey. Había estado de vacaciones en España. En cuanto la gente la vio venir de lejos empezaron a gritar: ¡Lidia! ¡Lidia!

Todo el mundo salía de sus casas y venía corriendo. Los niños iban dando la noticia a voces por todas las calles y cada vez venía más gente. Todos la abrazaban y le preguntaban por su

familia. Nunca olvidaré la cara de aquellas personas. En sus caras se podía ver la alegría y la esperanza. Me di cuenta de que a toda aquella gente Lidia también les había cambiado la vida.

Casi todas las personas que vivían en el batey eran haitianos. No tenían papeles y eso les cerraba las puertas del sistema educativo y del sistema sanitario. Con esas puertas cerradas se les cerraba también la puerta de la esperanza, no tenían apenas opciones de salir adelante. Por eso, uno de los primeros proyectos que Lidia puso en marcha fue el de “Sin papeles no soy nadie”. Se encargó de ir visitando todas las zonas del batey para informar de la situación a los vecinos haitianos. Comenzó a hacer listados de gente, se empezó a informar de trámites y procedimientos burocráticos. Volvió a empezar una y otra vez porque la mayoría de veces trabajar con las instituciones dominicanas es darse contra la pared. Pero lo consiguió.

Fletó autobuses y organizó viajes a la embajada de Haití con los vecinos para que consiguieran sus papeles. En alguna ocasión incluso consiguió que personal de las instituciones se desplazara al batey para no tener que trasladar a tanta gente. Después de mucho esfuerzo comenzó a ver frutos. Aunque son procesos lentísimos, algunos vecinos comenzaron a obtener sus papeles. Eso les permitía tener acceso al sistema educativo y al sanitario. Son sistemas muy precarios pero es mucho más que nada, significaba por lo menos tener derecho a la esperanza. Todavía quedan muchas personas por conseguir sus papeles, pero Lidia aún no se ha rendido y sigue al pie del cañón luchando ante los trámites burocráticos.

      Fragmento del libro “Un viaje infinito” de Mireia García Escriche

*Lidia Alcántara es misionera claretiana. Del 2013 al 2022 estuvo destinada en República Dominicana y actualmente se encuentra en Honduras.

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